Manifiesto Friedmanista



Dr. Friedman
es un personaje mítico, una leyenda urbana, un rumor que trae el viento, un chajá que dice "chajá" pensando que le vas a afanar los pichones. Está en todas partes: desde la mancha de café con leche en tu cuaderno de apuntes, hasta el doblés blanquito de ese boleto de subte enterrado hace años en el bolsillo de aquella ochentosa campera flúo que ya no usas. Es la esencia filosófica detrás de la pelusa del ombligo, la fuerza que mueve a Yoda a hablar al revés.

Pero sobre todo, está ahí cuando gritás al viento "LA PUTA MADRE, PORQUE TODO ME PASA A MI?"

No solo te paso a vos. También nos paso a nosotros. También le pasó a ÉL.

miércoles, 21 de julio de 2010

Politics

(DISCLAIMER: La siguiente entrada expresa únicamente las opiniones personales e irrelevantes del mono, quedando totalmente excluída intervención alguna del viejo en su confección y/o motivación intelectual. Asimismo, el riesgo de que el contenido pueda chuparle un huevo, señor lector, es lo suficientemente elevado como para que, de ser ud., fuese prudente en continuar leyendo. Avisado está)

Estoy bastante harto de las opiniones infundadas de gente con más lengua que cabeza. Es un hartazgo general, sí, pero hablando en particular, siento una especial repugnancia por la irresponsabilidad con la que se lanzan barbaridades en temas como la política o la economía. La verdad es que se vive en un país donde la honestidad intelectual de los columnistas mediáticos no existe, donde se repiten frases cliché de los años '50 como si tuviesen alguna relevancia (estrictamente hablando, tampoco la tuvieron en los '50, pero menos aún hoy), donde la población cae una y otra vez en las "explicaciones" someras y superficiales que ofrecen las alternativas caudillezcas de turno sobre el mundo en que se vive, sobre la causa de las dificultades macro y las "soluciones" que se venden como chipá.

Vayamos a los bifes. Para la persona común, las nociones de derecha e izquierda se corresponden con los estereotipos a los que nos tienen acostumbrados nuestros aggiornados partidos setentistas, con esqueletos ideológicos que se remontan a la década de los '40 y '50, y de cuyas pútridas osamentas aún perduran los ecos culturales de identificación en el quién es quién. Ser de derecha en la Argentina es ser liberal en lo económico (que vendría a ser en el imaginario popular, quitar subsidios y transferencias de dinero a los pobres -negros- que el Estado ya venía implementando, y reducir aranceles y trabas a la importación para que la competencia con el exterior abarate los precios de los productos caros de los vendedores locales -el almacenero don tito, hijo de puta-), pero también ser conservador en lo social, además de apoyar la "mano dura" (si los negros drogados se zarpan con el afano, plomo; lo primero es la familia heterosexual, los gays se pueden ir llendo a Holanda si tienen plata para bancarse el pasaje, si no deberán mantener la cabeza bajita y sentirse culpables por ser unos enfermos de mierda) y por último, un encendido amor hacia lo militar (con frases tipo: "tendría que volver la colimba, así los pibes no andarían por la calle rascándose los huevos" - claro, vos porque sos un taxista de 50 años y no te va a tocar, pedazo de forro). Ser de izquierda vendría por el lado del estatismo económico (nuevamente, un Estado "Robin Hood" que castigue a los oligarcas de mierda con impuestos y/o trabas a cuanto puedan hacer para enriquecerse legalmente, y protección arancelaria para la "industria nacional" que produce unas autopartes bárbaras para el Fiat 147 que sería destruída por los productos imperialistas a menor costo del exterior), un caritativismo paternal hacia los pobres y un "viva la pepa" dialoguista en cuanto a la delincuencia (apoyando que les entreguen casas casi regaladas, que tengan beneficios por estar vivos, etc; y conversar sobre la importancia de la moral pública con los malandras antes de dejarlos libres), además de una apelación a la conciencia de clase revolucionaria que debe destruir -literalmente- la propiedad privada en actos violentos de protesta a piedrazos, o simplemente agolpar masas enormes de carne ociosa en marchas y contramarchas, piqueterismo, etc.

La verdad es que en cualquier país medianamente serio del mundo, ni la derecha ni la izquierda mantienen posturas tan intolerantes y arcaicas. De hecho, en la práctica ambos estereotipos han caído en vicios similares: las dictaduras militares "de derecha" fueron algunas de las administraciones más estatistas de la historia argentina (la última incrementó el gasto público a niveles altísimos, endeudándose en dólares y realizando obras faraónicas como -entre otras- las encuadradas en los preparativos del mundial '78) y "la izquierda" se enamoró reiteradamente del rigorismo militar en las organizaciones guerrilleras, poniendo la lealtad al líder por encima de cualquier análisis racional o independiente por parte de sus miembros, enzalsando la virilidad del macho barbudo con una AK-47 en la mano y cagándose en la igualdad de género. Las coincidencias son tantas que con enumerarlas aburriría, pero sintéticamente, se basan en el caudillismo más o menos mesiánico del "hombre fuerte" (revolucionario o militar, o ambos) que pondrá las cosas en orden violentando los derechos de las minorías una a una según se las identifique como culpables de los problemas (la suma de las minorías es la población total, recordémoslo), pero siempre manteniendo el apoyo de al menos un sector del pueblo, en base a favores, caridad o la amenaza de las armas -no simultáneamente, claro-. El vehículo a través del cual el poder se ejerció (construído éste mediante el apoyo disciplinado de al menos una primer minoría de la población, vía prebenda o temor) fue y sigue siendo el Estado, especie de aparato de rapiña en el cual las redes de interes particulares negocian con una funcionalidad teóricamente pública, corrupción mediante, y bajo el lema de "las cosas son como son", nada cambia con el paso de las décadas (ejemplo clásico: se construye una ruta a precios siderales, contratando obreros locales y entregando la licitación a empresas cercanas al gobernante de turno, o si se trata de una dictadura, hasta se pueden expropiar las viviendas por donde pasará la ruta de los individuos subversivos e incluso repartirse sus hijos. Como las víctimas saben que las cosas son como son, existe un 90% de probabilidades que no sólo lo acepten -tras decir qué barbaridad! al leer las noticias en el diario- sino que traten a su vez de encontrar un resquicio para meterse y sacar provecho de la situación, ya sea mandando sus hijos al ejército o acomodándose en algún puesto burocrático inoperante, y el otro 10% se compondrá de acciones violentas de venganza del damnificado -como un escrache en la puerta de la mansión de un narco o de un ex-integrante de una junta militar- que no resuelve ni intenta resolver las causas del estado de cosas que lo perjudicó, sino los resultados particulares, los actores concretos).

Aquí, la "derecha" clama por la violación de los derechos individuales para volver al orden, y la "izquierda" se defeca en el ideal de igualdad al poner por encima de un rebaño de corderos mansitos (el “pueblo”, bah) un líder barbudo y pistolero.

En las democracias modernas, tanto la derecha como la izquierda han moderado sus posiciones acercándose a puntos en común consensuados, los que generalmente se denominan políticas de estado; que vienen a ser proyectos de largo plazo que no pueden ser completados en un ciclo político como las grandes obras de infraestructura o los cambios en el programa educativo. No se puede completar una red nacional de autopistas en 4 años, ni tampoco se pueden desplazar en ese período los contenidos inculcados durante años en las escuelas de un país; para que se lleven a término no pueden ser trabados por los gobiernos entrantes, lo cual requiere un consenso previo que se haga público, de manera que todas las facciones políticas implicadas cosechen el rédito electoral (o el costo) una vez concluído el plan. Esto es evidente: los partidos políticos son organizaciones que compiten por incrementar su cota en el sufragio y únicamente cooperarán entre sí mientras su fracción de participación sea reconocida por el votante. Cuando un partido (o un degenerado caudillo-partido, como el PJ) impone una hegemonía absoluta sobre el resto del ecosistema político, el resultado es el aislamiento, puesto que cualquier participación externa en un proyecto de ley será negada por el partido dominante en detrimento de un protagonismo supuestamente exclusivo de éste en una actitud "mezquina" pero natural dada su posición. Por eso las políticas de estado únicamente pueden establecerse en un contexto de ausencia de hegemonía, cuando las fuerzas políticas estan distribuídas en dos o más partidos con peso similar y son obligados a cooperar por las circunstancias.

Es lo que ocurre con el bipartidismo presidencialista en los Estados Unidos, y sobre todo, en las democracias parlamentarias del norte de Europa.

La moderación y el pragmatismo de los partidos de derecha e izquierda ocurre porque la menor concentración del poder y el estado de derecho imperante (esto es, un Estado que se somete y somete a sus ciudadanos al imperio de la ley, a contracara de la avivada argenta del << má si, cruzo en rojo >>) vuelve estúpida toda propuesta de cambio radical del status quo, lo cual no quiere decir que no haya cambios, pero que deben ser graduales. El gradualismo es lo que hace previsible al sistema, y la previsibilidad es lo que te permite ir a dormir a la noche con la seguridad en que te vas a levantar a la mañana. Introducir cambios es más dificíl desde el momento en que hay que convencer a la oposición política de brindar su aprobación (y ésta lo dará si reconoce que podrá obtener un rédito electoral con ello), lo cual impele a los partidos a formalizar su estructura interna y a dar más profesionalismo a sus propuestas.

En fin. Ser de derecha en un país normal es ser partidario del liberalismo conservador, que no tiene nada que ver con los palazos a los negros, el odio a don tito y la homofobia, sino con una interpretación clásica (del siglo XIX digamos, cuando la mayoría de las constituciones modernas fueron compiladas) de lo que constituyen los derechos individuales y los límites del Estado. Es estar en contra del estatismo (subsidios, aranceles, protección preferencial a ciertos sectores considerados "vulnerables" o "débiles") puesto que "sacar dinero de un bolsillo para introducirlo en otro" resultaría una violación del derecho a la propiedad privada (según una interpretación clásica, claro está). Y desde luego, privilegiar la libertad de mercado como medio para alcanzar un funcionamiento armónico y lo más equilibrado posible de la actividad económica (esto puede resultar un anacronismo, y en gran medida lo es -está claro que las desigualdades crecen o mínimamente no se reducen en un mercado totalmente libre- pero tampoco está claro que siendo negada la libertad de mercado se cumpla la condición recíproca: los utenianos asistimos a una universidad de alta calidad, gratuita, pero la misma mano del gobierno que nos lo permite es la que gasta de más y provoca una inflación tremenda que se come los ingresos de nuestras familias: alguien podría preguntarse si no sería mejor pagar por ir a la UTN y que los alimentos y otros víveres costasen menos).

Ser de izquierda es ser partidario de un liberalismo social, o de la socialdemocracia, que nuclean una concepción de los derechos humanos ampliada, que garantice una igualdad de oportunidades más allá del origen social particular que tenga cada ciudadano; y de atribuciones expandidas para el Estado al relgamentar la actividad privada en defensa del interés público. Se trata de una posición enfática sobre la salud y la educación públicas, gratuitas y de calidad adecuadamente financiadas (esto es, con un nivel de impuestos acorde a los servicios prestados), y sobre la constitución de un aparato regulatorio eficaz sobre el sector privado, que establezca estándares de operación que protejan a los consumidores, y a los productores de la competencia desleal. Tampoco se está a favor de un Estado gigante e intervencionista, simplemente se trata de un rango de acción más importante que aquél al que se lo restringe desde el liberalismo conservador. En lo demás, el mercado debe actuar lo más libre posible de las políticas discriminatorias que pudiesen adoptarse desde el mismo Estado.

Así pues, la derecha y la izquierda en un país normal simplemente representan formas más o menos pronunciadas de un modelo común, que es económicamente mixto (mercados relativamente libres y un sector público de dimensiones e injerencia variable dentro de ciertos límites) y políticamente democrático (ya sea presidencialista o parlamentario). El hecho de que las diferencias no sean irreconciliables permite al sistema oscilar -dentro de la dinámica gradualista mencionada- alrededor de posiciones de equilibrio, con idas y vueltas, siempre con un horizonte de previsibilidad donde no hay posibilidades de que se vaya todo al carajo en dos semanas.

En fin, no vivimos en un país normal-