Jueves. Día largo si los hay, pedazo de granito monolítico que se alza tratando de bloquear cualquier acceso al pasadizo del viernes que te lleva hacia la luz del finde; sólo que en este caso se trata de dos clases seguidas en Luganoville (o mejor, Luganobyl) con un breve interludio entre las 12:30 y las 14:15 durante el cual deberías comer la Honorable Comida del Buffet Oficial del Comité Central del Partido Franjamoradista como todo uteniano "como la gente" hace mecánicamente y sin chistar (si no, sos disidente y te cabe el Gulag o capaz te mandan a re-educarte en las virtudes del partido único). Más allá de toda esa mierda que huele pero no tanto (no despertemos a los colorados de barba que con la euforia del mundial deben estar más atrevidos que de costumbre), el día llega a su fin a las 18:00 hs., momento en que salís de las mazmorras frías y cavernosas para respirar el aire puro (y helado) de Zona Sur.
ES ENTONCES cuando te embriaga una sensación de cansancio indescriptible, apenas tu espalda toma contacto con la butaca (aunque tu espalda esté a 30 cm del cuero, te tirás para atrás y estas a 15, después a 7,5 y así sucesivamente, pero nunca la tocás más que con la helping hand del límite de una serie). Haberse despertado a las 6 de la mañana para ir a la loma del orto a estudiar cosas que todavía no vislumbrás para qué te van a servir, erosionan la capacidad para mantener la vigilia de cualquier persona. Este puede ser un tema recurrente en mi (etiqueta para futuro psicoanálisis) pero es fundamentalmente cierto: la mente de un uteniano promedio luego de 10 horas de estar dentro de la covachosa facultad deja de funcionar correctamente, pasándose a un estado de zombie ambulante en el cual el cerebro pide dormir y mezcla la realidad con las elucubraciones inconscientes -con resultados frecuentemente catastróficos pero hilarantes para la manada de pibes esperando el bondi, como pisar en el aire al subir la escalerita del 47 y terminar besando el asfalto-.
Retomando, el resultado de la acción potenciada de la butaca tibia del fondo del colectivo, esa misma en la que te cagás de calor en verano y te impide escuchar música con los auriculares por el escatológico quilombo padre del motor diesel a unos centímetros atras tuyo, ese mismo lugar se convierte en el mejor sustituto potencial de una camita. Y apenas cerrás los ojos estás en el horno, porque tu irresponsable cerebro lúdico dice POR FIN LOCO, ESTA ES LA MÍAAAAA!!!!! y te quedás dormido con gorda o sin gorda a tu lado, aunque el conductor sea un analfabeto vial que se coma todos los baches, aunque el nene sentado adelante tuyo se tire un par de pedos, te los fumarás, porque nada detiene ese sueño de las 18:30 - 19:00.
...
LA INCLINACIÓN de tu asiento cambia, sentís un cambio en la gravedad, o simplemente tu mente respiró lo suficiente como para dejarte seguir adelante, como sea, te despertás cuando el bondi sube a la colectora de la panamericana. Ahi te das cuenta (lentamente al principio, después la idea va cobrando fuerza, y en última instancia resonando el "te quedaste dormido boludo" en la parte de atrás de tu cabeza) de que tu parada habitual quedó bastante atrás. No hay nada que hacer, así que por qué seguir dandole vueltas. Tenías sueño y te dormiste. Hace un frío de cagarse y alargaste el sufrimiento varias cuadras, también.
Empezás entonces la -ahora expandida con todos los chiches- vuelta a casa desde la parada, viendo como van y vienen las luces de los autos abajo tuyo, con un vientito helado que te enfría el culo e inexplicablemente logra colarse en la comisura entre el pantalón y la camiseta que tenés abajo del buzo o campera, desencadenando un escalofrío trascendental con movimiento de hombros incluído. Metés el cuello lo más posible adentro de la campera tratando de crear un hornito que haga las veces de campo de fuerza anti-frío, exhalas adentro del abrigo para reciclar el calor, las manos en los bolsillos con cierre cerrados hasta tocar la muñeca, en fin: le metés pata para llegar a la Tierra Prometida en donde te espera un divino café con leche.
Es entonces cuando te das cuenta que el camino que elegiste para volver es el que hacías cuando estabas en la primaria.
LO HACES MECÁNICAMENTE, porque nadie te mandó por ahí (ni siquiera lo pensaste). Mirás las calles oscuras, desiertas, los árboles que se mueven con el viento, la penumbra amarilla de la lámpara de mercurio del poste de la esquina, el misterio que se eleva de las profundidades de la noche, y no podés evitar evocar imágenes de una noche de bufanda. Te entra una especie de sopor contemplativo de las imágenes a tu alrededor (retomando en parte el estado intermedio entre la vigilia y el sueño que te acompañó casi todo el día), y entre medio de ese trance silencioso que acompaña tu marcha se suman los recuerdos de tu niñez de barrio como una presentación de power point desquiciada. Pisás las baldosas donde comiste helados de agua a 10 centavos de peso-dólar en 1997, donde rompiste pantalones jugando a la pelota (el gordo al arco, y yo era uno de ellos), y también donde le diste tu 1º beso a una rosarina que ni siquiera te gustaba. De pronto, despelote: la crisis de 2001, los finales del dino crisis, la inexplicable emoción obsesiva de los pendejitos por el juego de la copa en el último año de la primaria, todo forma un remolino pegoteado del cual es difícil establecer una secuencia clara en el tiempo. La entropía de esos años hizo el trabajo.
Cavilando, extrañamente melancólico por los recuerdos de épocas turbulentas pero infintamente mejores (la mayoría de la carga iba a tus viejos, no es que no hubiese quilombos merodeando entonces, claro está). Algún día tienen que volver. Acabás de tener una experiencia de recuerdos vívidos, cercanos, provocada por el trance de la noche, el viento, la bufanda y la total vacuidad de las calles, y el sabor amargo de boca al volver a la aburrida rutina se pasa como un vaso de vinagre. Vida de mierda, valorás los momentos cuando ya no hay vuelta atrás.
Llegaste al fin. Pero tu mano inquieta en el bolsillo no va a encontrar la llave: te la olvidaste man.
Pero eso es otra historia
Manifiesto Friedmanista
Dr. Friedman es un personaje mítico, una leyenda urbana, un rumor que trae el viento, un chajá que dice "chajá" pensando que le vas a afanar los pichones. Está en todas partes: desde la mancha de café con leche en tu cuaderno de apuntes, hasta el doblés blanquito de ese boleto de subte enterrado hace años en el bolsillo de aquella ochentosa campera flúo que ya no usas. Es la esencia filosófica detrás de la pelusa del ombligo, la fuerza que mueve a Yoda a hablar al revés.
Pero sobre todo, está ahí cuando gritás al viento "LA PUTA MADRE, PORQUE TODO ME PASA A MI?"
No solo te paso a vos. También nos paso a nosotros. También le pasó a ÉL.
jueves, 10 de junio de 2010
Flashback
Publicado por
El Mono
en
19:29
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Etiquetas:
47,
bufanda,
chernobyl,
entropía,
frío,
gordo,
la renga,
límite,
llaves,
lugano,
rosarina,
serie,
trance
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Me robaste la idea ¬¬
ResponderEliminarpero bueno, bienvenido al mundo de los boludos que se pasan de largo en el colectivo/tren/mediodetransportedelmomento.
Me paso, en cualquier medio de transporte, de pasarme, hasta en bicicleta (?? y de conocer nuevos lugares gracias a ello (o recordar viejos, como en tu caso).
No pasa nada, te acostumbras a dormir en el bondi ;)jajajaja
mientras no te vayas hasta misserere como yo.. :P
Hola! Acá les habla su primer seguidora ;)
ResponderEliminarMuy bueno el blog. Me gustan las reflexiones y la semántica. Aunque vi un par de horrores ortográficos q me volvieron loca, pero yo sé q todo se va a solucionar, jaja.
Sigan escribiendo q está bueno, uds se descargan con cosas de la vida cotidiana y sus lectores (yo) se identifican con sus vivencias y no se sienten tan solos en este mundo de porquería.
:D
Bye!
* Charlie *