Mi cabeza parece, desde hace al menos medio año, haber ingresado en una fase de saturación de contenidos. Partiendo de una situación bastante mediocre al terminar la secundaria, el ingreso a la universidad marcó un despegue de capacidades intelectuales prístinas, ocultas, embrionarias por falta de estímulo en un secundario mediocre (exceptuando lo social) hasta sorprenderme a mi mismo de mi propio rendimiento y potencial de entendimiento de conceptos abstractos, que consideraba vedados al alcance de mi mente. Recuerdo leer libros de química general, siendo un estudiante secundario, y encontrarme alarmado con los operadores integral o sumatorio (e.d. sus respectivos símbolos) teniendo que omitirlos de mi lectura y saltarme las demostraciones por ser bajo mi punto de vista ignorante del momento, garabatos raros, como si hubieran sido escritos en un idioma extranjero.
Dado que mi afición a la lectura no es nueva, siempre tuve facilidad para las materias basados en chamuyo (y esto se extiende a la primaria naturalmente), pero nunca me sentí orgulloso de la capacidad de oratoria que daba el simple hecho de leer cosas y recordarlas desde una perspectiva narrativa. Poder contar cualitativamente por qué cae una piedra no es lo mismo que desarrollar el modelo matemático de la mecánica newtoniana que, aunque involucra ecuaciones diferenciales sencillas, no puede comprenderse en total magnitud hasta haberse terminado un curso introductorio de cálculo o análisis real. Esa clase de conocimiento abstracto, general, y ubicuo que hace a la matemática la reina de las ciencias, era el bagaje cultural del que siempre había carecido y que había llegado a asumir, tácitamente, como superior a mi potencial de capturarlo.
El crecimiento del primer año fue espectacular. Si bien el proceso no estuvo exento de frustraciones y de estrés por lo difícil de ponerse a la altura de las circunstancias, recuerdo claramente que prestar atención en clase, revisar la bibliografía, hacer ejercicios propuestos y realizar consultas (que eran amablemente contestadas por los gigantes de la docencia que conocí en aquel momento y cuya labor espero sigan realizando con otros que, como yo entonces, sean ignorantes de lo transitorio de su propia ignorancia), bastaba para entender los contenidos de forma cabal. Aprobar los exámenes, habiendo entendido cabalmente los temas, era una cuestión que quedaba en segundo plano (y, naturalmente, no tuve demasiados problemas en aprobarlos, y promocionar todas las materias que el plan de estudios permitió).
La situación que describo se fue estancando en mi segundo año (con algunos altibajos) y finalmente en este tercer año, pareciera que la pendiente se hubiese vuelto negativa. No estoy seguro de que el retroceso haya comenzado ya o si solo es un hecho inminente, pero el número de parciales en los que me encontré este año en posición precaria (esto es, no habiendo entendido totalmente o podido recordar los temas exigidos por la materia) es demasiado elevado como para considerarlos simples accidentes. Lo que es peor: las clases se vuelven más difusas, los contenidos que se explican en clase se contradicen con frecuencia, las ambigüedades están a la orden del día (sobre todo con la nomenclatura a emplear) y el apoyo bilbiográfico y/o los apuntes recomendados son demasiado extensos como para seguir el programa de la clase usando el back-up externo. Tal vez sea demasiado duro conmigo mismo, y la mayor parte de la culpa de este cambio en el estado de cosas se deba a la posible incompetencia del equipo docente respecto de la exigencia de las cátedras (que parece volverse crónico al avanzar la carrera); pero no puedo evitar pensar, sobre todo por la aparente comodidad con la que algunos de mis compañeros de clase parecen surfear estos contratiempos, que el que está sufriendo una decadencia en sus capacidades es quien escribe.
qué podría rellenar el hueco que hoy ocupan las esperanzas depositadas en éste. La verdad es que si me lee alguien que me conoce, lo primero que se le ocurrirá será que soy un boludo exagerado, y Dios sabe que me dejaría escupir por un chimpancé sarnoso si esa fuese la única verdad, pero no creo que el simple reduccionismo a mi inseguridad pueda explicar las señales que percibo como semáforos y que apuntan en esta dirección.
Tampoco ayudan las recientes confirmaciones, fácticas, de lo propenso que soy a fracasar en mis intentos de generar algo con las minas con las cuales, al menos de momento y por diversas razones que espontáneamente estallan en mi cabeza, parece posible que algo interesante ocurriese. Lo más gracioso es que no encuentro nada de sorpresivo en los fracasos en sí mismos, parece natural que no se dé cuando lo veo en retrospectiva; pero tampoco parece tan antinatura que sí se diese, si uno se toma el trabajo de pensar la relación. Si bien mi personalidad puede ser considerada excéntrica, sé también que muchas me han llamado gracioso, profundo o simplemente un buen pibe, para abreviar; y sé también que desde lo físico no tengo nada que envidiar -ni nada de qué enorgullecerme demasiado, tampoco-. Soy una persona común y corriente, de tal forma que quien me conoce en la calle no se inclina en uno u otro sentido si se da la pregunta de si estoy o no en pareja. No obstante, las cosas sistemáticamente no se me dan, hablando siquiera de los primeros pasos de algo que podría crecer, y no tengo a nadie a quien culpar (ni siquiera a mi mismo).
En resumen, si mi cabeza me abandona, mucho más no me queda. Y lo que es peor: no tengo la más mínima idea de por qué me abandona mi cabeza ni de por qué no me queda mucho más.
Dado que mi afición a la lectura no es nueva, siempre tuve facilidad para las materias basados en chamuyo (y esto se extiende a la primaria naturalmente), pero nunca me sentí orgulloso de la capacidad de oratoria que daba el simple hecho de leer cosas y recordarlas desde una perspectiva narrativa. Poder contar cualitativamente por qué cae una piedra no es lo mismo que desarrollar el modelo matemático de la mecánica newtoniana que, aunque involucra ecuaciones diferenciales sencillas, no puede comprenderse en total magnitud hasta haberse terminado un curso introductorio de cálculo o análisis real. Esa clase de conocimiento abstracto, general, y ubicuo que hace a la matemática la reina de las ciencias, era el bagaje cultural del que siempre había carecido y que había llegado a asumir, tácitamente, como superior a mi potencial de capturarlo.
El crecimiento del primer año fue espectacular. Si bien el proceso no estuvo exento de frustraciones y de estrés por lo difícil de ponerse a la altura de las circunstancias, recuerdo claramente que prestar atención en clase, revisar la bibliografía, hacer ejercicios propuestos y realizar consultas (que eran amablemente contestadas por los gigantes de la docencia que conocí en aquel momento y cuya labor espero sigan realizando con otros que, como yo entonces, sean ignorantes de lo transitorio de su propia ignorancia), bastaba para entender los contenidos de forma cabal. Aprobar los exámenes, habiendo entendido cabalmente los temas, era una cuestión que quedaba en segundo plano (y, naturalmente, no tuve demasiados problemas en aprobarlos, y promocionar todas las materias que el plan de estudios permitió).
La situación que describo se fue estancando en mi segundo año (con algunos altibajos) y finalmente en este tercer año, pareciera que la pendiente se hubiese vuelto negativa. No estoy seguro de que el retroceso haya comenzado ya o si solo es un hecho inminente, pero el número de parciales en los que me encontré este año en posición precaria (esto es, no habiendo entendido totalmente o podido recordar los temas exigidos por la materia) es demasiado elevado como para considerarlos simples accidentes
qué podría rellenar el hueco que hoy ocupan las esperanzas depositadas en éste. La verdad es que si me lee alguien que me conoce, lo primero que se le ocurrirá será que soy un boludo exagerado, y Dios sabe que me dejaría escupir por un chimpancé sarnoso si esa fuese la única verdad, pero no creo que el simple reduccionismo a mi inseguridad pueda explicar las señales que percibo como semáforos y que apuntan en esta dirección.
Tampoco ayudan las recientes confirmaciones, fácticas, de lo propenso que soy a fracasar en mis intentos de generar algo con las minas con las cuales, al menos de momento y por diversas razones que espontáneamente estallan en mi cabeza, parece posible que algo interesante ocurriese. Lo más gracioso es que no encuentro nada de sorpresivo en los fracasos en sí mismos, parece natural que no se dé
En resumen, si mi cabeza me abandona, mucho más no me queda. Y lo que es peor: no tengo la más mínima idea de por qué me abandona mi cabeza ni de por qué no me queda mucho más.
Se llama "crisis del 3° año"
ResponderEliminares el quiebre, es el momento donde uno se satura, se quema, se pudre, y otros adjetivos
Me pasa tambien, capaz con otra perspectiva que ya conoces por las multiples charlas que hemos tenido
Negro, supera esto, y estas recibido.
El como? nose, si lo supiera no estaria en crisis en mi cabeza tampoco :P
te debia las firmas. Lindo el fondo del blog
Tengo que ponerme las pilas. Sobre la entrada que te debo, proximamente la hare. No sea ansioso, que tampoco soy un gran escritor
Mis saludos cordiales
"Negro, supera esto, y estas recibido"
ResponderEliminarVarias personas me lo han dicho, pero viniendo de Ud. (vaya uno a saber por qué) me llegó como algo bastante más cierto y fresco, como la sensación de la primera ola helada que te moja las pelotas en la playa, el primer día de vacaciones en la costa atlántica.
Tal, vez por accidente, termine creyéndolo.
Y en una de esas, me ilumina un aura celeste y logro cumplirlo.
A mí me pasó algo parecido, pero mucho más brusco. Después de recibirme en un colegio mediocre, tuve un muy buen primer año, aprobando todo con notas altas. ¿Qué pasó en segundo? Me saturé mal y básicamente terminé abandonando todas las materias importantes. Me era imposible estudiar, no podía ni siquiera sentarme a leer o hacer una mínima cantidad de ejercicios.
ResponderEliminarIgual, después del bajón vino un ligero repunte que se viene pronunciando cada vez más, lo cual me hace sentir muy bien. Me parece que cuando sentís que tocás fondo académicamente, pero a la vez sos consciente de que la capacidad está presente (si te fue bien en los primeros dos años, la capacidad ESTÁ PRESENTE), no queda otra que reorganizarse mentalmente, concentrarse, y darle para adelante. Después todo fluye.
PD: recién entré a mi blog, que había abandonado hace creo que 1 año más o menos, y vi tu comentario en una entrada. Aquí estoy, comentando en una entrada tuya :D