Intro
Aunque me comprometí tácitamente hace un par de entradas atrás a abandonar en el desván mi estilo aburrido y frío, alejado de la experiencia cotidiana de cualquier ser humano de 20 años, recordé que necesito un reaseguro al que citar cada vez que se me acusa de comunista o fascista por igual frente a mis comentarios. Esa cita salvadora que tendrán o bien que tomarse el trabajo de leer, o bien cerrar la boca (por no decir el
Nociones básicas de economía (neoclásica)
La economía es una ciencia embrionaria, una disciplina en la que se siguen discutiendo postulados elementales, cuyos análogos en otras ramas del saber están firmemente establecidos y raramente son sacudidos por mentes geniales (como el establecimiento de la geometría no euclideana del espacio-tiempo según Einstein a principios del siglo XX; o bien el despliegue del cálculo diferencial por Newton y Leibnitz en el siglo XVII). Esto es bastante común en las ciencias sociales, y en gran medida el descrédito asociado que tienen estas últimas desde la opinión pública procede de los errores groseros (y en general costosos) que se desprenden de tal condición infante. Es así como la economía navega entre el juicio fundado de los programas de estabilización fallidos de los ministros de economía nacionales (no sólo en nuestro país), o la psicología lo hace entre las anécdotas de sesiones vitalicias y carísimas de terapia que nunca llegan a un diagnóstico/rehabilitación final.
La resultante de todo este bagaje de contrariedades es que un licenciado en economía, por regla general, es irremediablemente incapaz de predecir cuantitativamente el comportamiento de su objeto de estudio. La gran mayoría (por no decir la totalidad) de las leyes económicas establecidas proceden de la retrospección minuciosa de hechos ya ocurridos, estando ausente la posibilidad de realizar experimentos cuantitativos de forma deliberada para poner bajo fuego las teorías en competencia. Esta es la puerta de entrada a un círculo vicioso, un empantanamiento intelectual crónico, en donde las visiones más diversas y desencontradas pueden "probarse" a partir de bases de datos históricas, mediante la selección sesgada del universo de hechos ya ocurridos, del conjunto más favorable de muestras respecto de cada posición (dentro de ciertos límites de honestidad intelectual y riesgo de bochorno). En definitiva, mientras que una hipótesis genérica en cualesquier ciencia natural puede ser descartada simplemente contrastando las predicciones que de ésta se deducen con los resultados de un experimento (sea éste tangible o intangible -como es el caso de la física teórica, o en las matemáticas-) en una ciencia social esto generalmente es imposible de llevar a cabo, puesto que los objetos de estudio son sociedades humanas que no pueden ser manipuladas a piacciere por el científico social.
Dicho esto, y haciendo honor al subtítulo del apartado, existen no obstante ciertas contribuciones a la teoría económica que han resistido el paso del tiempo, y que parecen tener un transfondo de certeza que se desprende del modelado de situaciones simples. Para comprenderlas sólo se requiere un poco de sentido común, y conocimientos de análisis matemático a nivel de panfleto.
Me refiero concretamente a la teoría marginalista del valor, de la cual se desprende la "ley de oferta y demanda" que cualquier nabo conoce. El marginalismo debe su nombre a la noción de margen, que aparece en todas las definiciones de conceptos económicos modernos en enunciados tipo "(....) de una unidad más". Sintéticamente, existen dos visiones de por qué valen las mercancías (e.d. cualquier cosa que se pueda incluír en una transacción): una que sostiene que los recursos que se invirtieron en su producción le dan valor -trabajo, capital, recursos naturales- y otra que apunta a que las cosas valen porque alguien las demanda con independencia del costo para traerlas a la existencia. La primera es la más antigua, propia de la época de Ricardo, Malthus y Marx (sí, de Marx) y se considera obsoleta; la segunda es la marginalista. Así las cosas, la sumatoria de los consumidores de una población genera una unidad total que, dado que sus ingresos son finitos, demandarán únicamente las cosas que consideran útiles, y esta es la génesis del valor. Las materias primas, el capital y el trabajo necesarios para producir las mercancías tienen a su vez valor únicamente porque las organizaciones las demandan para proveer tales mercancías al público; en ausencia de esa demanda no tendrían ningún valor, y por lo tanto no pueden ser la causa original de que las cosas valgan algo (puesto que se ingresaría en un razonamiento circular, inválido).
Semejante afirmación debería parecer sumamente razonable para cualquiera. Baste con considerar que materias primas indispensables hoy día eran inútiles, y casi no existía un mercado para ellas, hace tan sólo un par de siglos atrás. El petróleo se conoce desde la Antigüedad en el medio oriente, como fuente de betún para aglomerar rocas en caminos, y sin embargo no pasaba de ser un producto esotérico y de poca utilidad. Hoy día es la madre de un negocio de miles de millones de dólares, y el virtual sostén de nuestra civilización tecnológica.
En concreto, a una unidad poblacional de consumidores le es propia una función de utilidad que asigna un valor determinado a cada canasta de bienes según su composición (tipos de mercancías) y dimensiones (cantidad de mercancías). Los postulados básicos del marginalismo establecen que dicha función es monótona creciente, convexa y acotada superiormente respecto de todos los tipos de mercancías, lo cual puede traducirse como que una sociedad extrae mayor satisfacción cuanto mayor es la cantidad de bienes que posee, cualquiera sea su tipo, pero cuando tal cantidad crece indefinidamente los aumentos de utilidad van decreciendo con cada unidad adicional (marginal) hasta un valor prácticamente fijo. Para una mercancía A esto supone una curva de este tipo:
Función utilidad total respecto del bien A |
Dado que la utilidad es la causa del valor, por extensión es la causa por la cual un individiduo está dispuesto a ceder algo a cambio de una mercancía (ceder algo que a su vez brinda utilidad, lo cual le da su valor). En un mercado formal, las transacciones en lugar de hacerse por trueque se hacen con un patrón o estándar -el dinero- por lo cual esta relación causal se traduce en que a cada valor le corresponde un precio en moneda. Finalmente, la curva de utilidad respectiva a la mercancía A puede reemplazarse por una curva análoga, que en el eje de ordenadas represente el precio total; la única diferencia entre las dos curvas es un factor dimensional de escala (e.d. una constante de unidades "$ / utilidad"). Dado que la utlidad no puede medirse directamente, la medición de los precios y las cantidades de mercancías demandadas resultan los únicos instrumentos que le permite al economista sondear esta variable básica.
Si se diferencia la función de precio para la mercancía A, lo que se obtiene es la derivada que representa "el precio que está dispuesta a pagar una población por una unidad más de A", que es directamente proporcional a la "utilidad que obtendría una población por una unidad más de A". Esta función es monótona decreciente y cóncava; recibe el nombre de curva de demanda y es una de las dos patas de la ley básica del ajuste de mercado:
Curvas de demanda |
Curva de oferta genérica |
Véase que si bien la curva de oferta es siempre creciente (y el gráfico presentado aquí es puramente ilustrativo) ésta puede tener picos y valles, según como varíen los costos de una unidad más (marginales) al aumentar la escala de la producción. Si se dan situaciones como la descripta en el ejemplo de la fábrica de latas de conserva, entonces la curva de oferta mostrará un valle (derivada tendiente a cero como resultado de una pendiente exigua en la función de costo total) hasta que el aumento de la escala tenga un efecto significativo sobre los costos totales, lo cual hará empinarse a la curva de oferta.
Lo que resta por explicar es el hecho conocidísimo del equilibrio de mercado, que es la maquinaria social detrás de la "ley de oferta y demanda". Este punto se alcanza cuando el costo de producir una unidad más de una mercancía iguala al precio que la sociedad demandante está dispuesta a pagar por tal unidad adicional; esto es, la intersección de las curvas de oferta y demanda:
Equilibrio de mercado |
Se denomina punto de equilibrio porque cualquier "desplazamiento" en el precio/cantidad producida tiende a retornar a la posición inicial. En este punto, la utilidad obtenida por el conjunto de los oferentes es máxima, y cualquier otra cantidad a producir (ya sea menor o mayor) provocará una disminución en la renta. Ejemplo: supongamos que la producción se desplaza hacia la izquierda. La curva de demanda estará por encima de la curva de oferta, lo cual implica que se está dispuesto a pagar una cantidad de dinero por una unidad adicional que es superior al costo que tendrá para los productores proveerla. En este contexto, los productores intentando maximizar su ganancia, aumentarán la producción hasta que se agoten las posibilidades de maximización, el cual es justamente el punto de equilibrio. Aplicando un razonamiento análogo, resulta transparente que el mismo resultado se aplica a un desplazamiento hacia la derecha.
Los mercados reales se comportan aproximadamente según el modelo marginalista, si bien con algunas diferencias groseras en cuanto a las crisis cíclicas (pero eso es otra historia). En general se puede concluír que en el largo plazo los mercados cumplen las condiciones marginales de equilibrio, no así en el corto, lo cual da lugar a fenómenos de desviación del equilibrio que únicamente pueden ser contrarrestados por la acción de un tercero; posición que cumple una organización de carácter público (el Estado). De cualquier forma, este tipo de acciones correctivas revisten únicamente un valor coyuntural, no permanente, y así las cosas, normativamente se espera que los programas de estabilización gubernamentales se apliquen durante crisis que el sector privado no es capaz de resolver por sí miso, y que dicha intervención se retire una vez reestablecido el funcionamiento regular de los mercados. Cualquier otra interpretación es ajena al análisis económico y pertenece al triste mundo del populismo.
Sin embargo, hay que reconocer que los mercados y las transacciones en dinero u otros instrumentos financieros son propias de un sistema económico que desde un punto de vista histórico es bastante reciente. El capitalismo tiene alrededor de tres siglos, y únicamente durante el siglo XX alcanzó proporciones planetarias. Previamente el mundo se desarrolló bajo sistemas feudales y esclavistas, donde no existía el ahorro como vehículo de inversión, las transacciones en moneda eran poco frecuentes y reservadas a nichos específicos (como los bienes de lujo utilizados por las élites, prendas de seda, vajillas de plata, etc) y la propiedad privada no existía como tal, sino que estaba sometida a la discreción de la autoridad político-militar regional (emperadores, faraones, o bien clérigos, reyes o nobles). La evolución de un sistema a otro y la confluencia de los modos de organizar la producción a través de unidades reconocidas por la ley (e.d. jurídicamente, como la empresa moderna) son el motivo de estudio y la mayor contribución de Karl Marx a la disciplina económica.
Estructuración de un sistema económico |
Sintéticamente, Marx reconoce que todo sistema económico se escalona entre una infraestructura de carácter tecnológico, que define las alternativas generales de cómo y qué producir, y una superestructura de naturaleza sociocultural, que comprende el conjunto de instituciones políticas y jurídicas que le dan una forma concreta a las relaciones que entablan los miembros de la sociedad para producir, según las posibilidades establecidas por la infraestructura. Por ejemplo, en un sistema esclavista la infraestructura está dada por el conjunto de tecnologías de tipo pastoril y de manufactura manual, que permiten generar un excedente de cosechas agrícolas y pequeñas cantidades de metales, cerámicos y textiles, principalmente de subsistencia; por otro lado, la superestructura está dada por la condición de esclavo y amo socialmente reconocida, que distribuye los roles de productor y protector de las unidades productivas (fincas y granjas), así como el aparato militar de conquista que mantiene la oferta de esclavos y tierras de labranza, y la autoridad religiosa que legitima todo el sistema con la idea de una voluntad divina que demanda sumisión.
Estamentos sociales del sistema feudal |
Las sociedades establecen contactos entre sí, intercambiando conocimientos y formaciones culturales propias, lo cual disemina a su vez los modos de producción (cuplas infraestructura/superestructura).
Más aún, la estabilidad de un sistema económico depende de la armonía de los factores que determinan el modo de producción. Todo sistema tiene como mínimo la necesidad de autorreplicar su modo, y esto implica que se deben seguir utilizando las mismas tecnologías, y las relaciones entre productores y consumidores deben permanecer inalteradas. Dado que las relaciones sociales propias de la superestructura se adaptan a las condiciones impuestas por la infraestructura, y no al revés, se desprende que todo sistema económico perece cuando se agotan las posibilidades de adaptación de las primeras respecto de variaciones en las segundas.
El motu que determina una variación en la infraestructura es el progreso tecnológico de la sociedad, un fenómeno de carácter netamente cultural, y éste es el quid de la cuestión. En palabras de Marx: "Un estado social jamás muere antes de que en él se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que podía encerrar. Nuevas relaciones de producción, superiores a las antiguas, no ocupan su lugar antes de que sus razones de ser materiales se hayan desarrollado en el seno de la vieja sociedad". La genésis del capitalismo en Europa Occidental a partir del fin de la Edad Media, se debió a una confluencia de avances tecnológicos en navegación a larga distancia (aumento del calado de los buques, uso de brújulas, apertura de rutas comerciales interoceánicas, etc), y posteriormente el desarrollo de los motores térmicos, bajaron los costos de la manufactura y de colocación de mercancías. Todo ello motivó el despliegue en gran escala de las transacciones en moneda de oro y plata (cuya acuñación se volvió frenética en el viejo mundo luego del descubrimiento de América, y la subsiguiente explotación colonial de las minas de metales preciosos), la creación de instituciones bancarias, la contratación de personal asalariado, etc; e inspiró iniciativas políticas en relación a un aparato jurídico burgués dedicado a la protección de la propiedad privada, la reglamentación de mercados organizados precariamente y la normalización de las figuras jurídicas como la sociedad anónima. Llegando al siglo XX, este modo de producción acabó desplazando todas las demás formas de organización económica previas (pastoril, feudal, centralizada) y hoy día se encuentra globalizado, sintiéndose su influencia hasta en los lugares más recónditos del planeta.
Sin embargo, así como sistemas económicos previos sucumbieron al avance del capitalismo, éste probablemente se agote en el futuro.
En qué se inspira semejante predicción? Pues, como Marx previese allá por el siglo XIX, existen tendencias objetivas dentro del capitalismo que harán imposible la perpetuación de su superestructura jurídica, la cual se desarolló precisamente para adecuarse a un tipo de infraestructura tecnológica particular (aunque ha sido mucho más flexible que sus predecesores en este sentido). Pongamos como ejemplo la propiedad privada. El hecho que una organización pueda vender lo que produce y brindar una ganancia es lo que la mantiene con vida; y para lograrlo, debe asegurarse de:
a) Proveerse de materias primas (compras a proveedores), capital (créditos, o emisiones de acciones o bonos) y trabajo (personal) para producir. Esto supone que una vez pagados los servicios de los factores productivos mencionados, éstos cumplirán con lo estipulado en los contratos. Si tales derechos son violados (ej: si se ha cerrado una cuenta al descubierto reteniendo las disponibilidades, o no se han entregado los insumos según condiciones estipuladas, o sea han producido destrozos intencionales dentro de la planta) se puede recurrir siempre a la fuerza pública, que mediante la amenaza de la violencia puede forzar el cumplimiento de los contratos y el respeto de la propiedad privada. En general esto no es necesario, dado que la amenaza basta para condicionar el comportamiento de los participantes del mercado.
b) Colocar su producción entre sus clientes. Para ello se debe asegurar, suponiendo que exista una demanda genuina del producto, de que éste se distribuya sin perjuicio a su calidad y que el riesgo de pérdida o extravío sea mínimo. Para evitar esto último, se debe evitar la posibilidad del robo del activo corriente de la empresa hasta ser liquidado, lo cual nuevamente depende de la fuerza pública.
Resulta imprescindible, así las cosas, de una adecuadamente financiada fuerza de orden que proteja la propiedad privada y fuerce el cumplimiento de los contratos, para que una organización moderna pueda subsistir. Estas fuerzas de coerción tienen no obstante un costo; en general, se trata de los tributos en forma de impuestos que constituyen los ingresos corrientes del Estado, aunque también pueden incluir servicios de seguridad privados como costo adicional.
Sin embargo, qué sucedería si el costo por unidad de proteger la propiedad privada superase por mucho el valor del producto a proteger? Supongamos que, debido al progreso tecnológico aplicado, la curva de oferta del bien A adquiriese ganancias de escala sostenidas, de manera que sus costos unitarios resultasen despreciables frente a sus costos fijos. Si la curva de demanda no se modificara, entonces el precio de equilibrio sería inmediato a cero, la cantidad producida tendería a infinito y la utilidad total de la sociedad debida al bien A, al valor asintótico que constituye su cota superior. Ahora bien, si en estas condiciones se le agregase a la curva de oferta el componente en el costo unitario debido al servicio de protección de la propiedad del mismo, un costo que no ha bajado al mismo ritmo que el costo variable unitario de cada unidad de producto, el nuevo precio de equilibrio será mayor, las cantidades producidas, menores, y la utilidad total de la sociedad debida al bien A sería menor a la técnicamente factible.
Es aquí donde aparece el agotamiento de la superestructura, o bien, de su incapacidad de adaptación. Al no poder bajar los costos de protección de la propiedad privada al mismo ritmo que el resto de los costos de producción, acaba por ocurrir que la sociedad estaría mejor como un todo si no tuviese que proteger dicha propiedad, si fuese posible llevar a cabo la producción de algún modo distinto, menos oneroso. La propiedad privada acaba por agregar costos innecesarios al aparato productivo: un lastre estrictamente debido a la superestructura. El capitalismo, al financiar el avance tecnológico, crea constantemente posibilidades de economizar por aumentos en la escala, planchando la curva de oferta y empujando hacia cero el costo variable de cada unidad de producto; sin embargo, este desarrollo formidable de la capacidad productiva se enfrenta al encarecimiento relativo del aparato jurídico a través del cual la empresa vende, compra y se financia.
El encarecimiento relativo de la propiedad privada y la superestructura del capitalismo no es ciencia ficción: de hecho ya está ocurriendo. Los sectores informático, multimedia y editorial están enfrentando grandes dificultades desde hace años para colocar sus productos. La curva de oferta de cualquier pieza de software está casi totalmente planchada: una vez compilados los algoritmos y la interfaz con el usuario -lo cual requiere los servicios de un equipo profesional de programadores y artistas gráficos-, puede producirse una cantidad casi ilimitada de copias del mismo a un costo despreciable en términos de consumo eléctrico y ciclos de computación, mientras que el costo de mantener el copyright asociado a éste para una compañía resulta extremadamente alto (y lo que es peor, a pesar de sus esfuerzos, generalmente no consiguen evitar la distribución ilegal de su producto, sobre todo si resulta de uso masivo). Lo mismo ocurre con las discográficas, y con los diarios y agencias de noticias.
Tal vez se pueda objetar a esta conclusión el hecho que el nivel de producción que puede alcanzar la industria del software sea muy superior al que, aún en el futuro distante, podrán exhibir los sectores de producción de bienes tangibles. Por ejemplo, el sector agrícola, que está limitado por la disponibilidad de tierras cultivables y la eficiencia del proceso de fotosíntesis con el cual las plantas verdes fijan una proporción ínfima de la luz solar en forma de hidratos de carbono, parece tener límites insuperables a los aumentos indefinidos en la escala. Si bien la crítica es razonable, también lo es el destacar que la tecnología no sólo modifica la manera de producir, sino también la de consumir. Posiblemente, las limitaciones biológicas que presenta el ser humano en cuanto a expectativa de vida, deterioro físico, vulnerabilidad y costo de la alimentación conducirán a una transformación del consumidor mismo, lo cual destruiría ciertos sectores de la economía (como la agricultura) si éste pudiese obtener el mismo servicio de otra manera, con mayor potencial de reducción de costos vía aumento de escala (como la energía eléctrica).
Sin embargo, es evidente que en la mayoría de los sectores actuales la problemática de los medios informáticos, no es compartida. El costo de la protección de la propiedad privada es bajo respecto de los demás costos de estructura, y desde luego, los costos variables no son despreciables. Este es el motivo por el cual, pese a quien le pese, al capitalismo probablemente aún le quede bastante tiempo de vida.
No obstante ello, cabe la pregunta: ¿Qué tipo de sistema económico podría sustituír al capitalismo? El problema en sí, llegado el momento, se encontraría en la naturaleza atomística de la producción y el consumo, que impele al sostenimiento de la propiedad privada por fuerzas de coerción con costos relativos crecientes. Esa superestructura en algún momento se volverá obsoleta, siendo reemplazada por otra más adecuada la hiperproducción automatizada y la provisión de servicios a través de la explotación profunda de las TIC's. La solución está en una transformación hacia una producción y consumo públicos; así las cosas, los servicios se brindarían a toda la población, que los consumiría como si pagase una tarifa plana. Los recursos productivos serían también de propiedad pública, y la gestión de tales redes de servicios se financiaría colectivamente. Desaparecería, así, la << venta >>
Semejante sistema socializado no necesitaría de un conjunto de iluminados revolucionarios para imponerse, sino que según las mismas palabras de Marx, la extinción de las viejas relaciones de producción abrirían paso a las nuevas debido a condiciones objetivas, relativas en última instancia al desarrollo tecnológico. El capitalismo seguirá su marcha, pero tarde o temprano se agotará, situación que no dependerá de ningún grupo político en particular, ni deberá ser enterrado por nadie, sino que la humanidad toda lo irá cambiando, a un ritmo lento pero constante, en su marcha hacia el progreso. Así que pueden cerrarse los partidos comunistas en todo el mundo; tanto más pronto comenzará la transición al socialismo cuanto más extensamente se despliegue el capitalismo a nivel global.
PD: dejo un video, bastante mal narrado por cierto, del filósofo P. Feinman sobre la posición procapitalista que expresa Marx en el Manifiesto Comunista.
Queda claro que:
a) Unir a Bolívar con el "socialismo" (a la Chávez) es totalmente incoherente con la prédica de Marx, tanto como otras manifestaciones indigenistas a la Evo Morales, o tanto otro barbudo que anda dando vuelta por ahí (de hecho, en ningún país del mundo existió jamás un sistema socializado como el que se supone sustituiría al capitalismo, ni en Rusia, ni en Cuba, ni mucho menos en Venezuela). El resto son ensaladas ideológicas que son poco más que sin sentido;
b) Feinman está en contra de Marx