Manifiesto Friedmanista



Dr. Friedman
es un personaje mítico, una leyenda urbana, un rumor que trae el viento, un chajá que dice "chajá" pensando que le vas a afanar los pichones. Está en todas partes: desde la mancha de café con leche en tu cuaderno de apuntes, hasta el doblés blanquito de ese boleto de subte enterrado hace años en el bolsillo de aquella ochentosa campera flúo que ya no usas. Es la esencia filosófica detrás de la pelusa del ombligo, la fuerza que mueve a Yoda a hablar al revés.

Pero sobre todo, está ahí cuando gritás al viento "LA PUTA MADRE, PORQUE TODO ME PASA A MI?"

No solo te paso a vos. También nos paso a nosotros. También le pasó a ÉL.

sábado, 5 de enero de 2013

Inquietudes, filosofía y café (I)

Esta entrada es una vuelta a mi viejo estilo. Con "mi estilo", me refiero concretamente a la escritura con vocabulario elevado y temas un tanto complejos, en el sentido que -al menos, en el mejor de los casos- su comprensión requiere una lectura detenida del contenido del texto.

No se trata de un simple capricho, mucho menos un placer onánico a obtener por hablar de forma críptica (quizá, de forma inintencionada, haciendo sentir al pequeñísimo grupo de lectores que siguen este blog un tanto fastidiados). No tengo vocación elitista. En todo caso -y digo esto a título personal- el encontrarse con vocablos nuevos y desconocidos, espero siempre que ello genere en los demás curiosidad, activando el móvil egoísta -en el sentido neutral del término- detrás de la voluntad de entender. En mi caso, ello me llevó a incrementar mi oferta de palabras, lo cual es el primer paso en el enriquecimiento de la personalidad más allá del argot callejero con el cual nos comunicamos.

Acceder a mayores recursos lingüísticos es una condición necesaria para que las conversaciones alcancen un mayor vuelo, y no acaben por agotarse en el  << qué hacés, como andas? >> Por supuesto que dos personas pueden hacer cosas más gratificantes que simplemente tener una charla, pero la iluminación que se puede obtener cuando se está buscando una respuesta a un problema personal y el interlocutor tiene los medios para decir algo más que el discurso estándar, no debería menospreciarse. Esto último redunda en personajes que caen una y otra vez sobre frases trilladas, impotentes sensaciones de mordaza ("ganas de decir cosas que no sé como decirlas"), etc.

El problema de la comunicación deprimida por la ausencia de recursos lingüísticos trasciende las relaciones personales. Por ejemplo, muchas religiones han ido agotando su caudal de devotos durante el último siglo por lo básico de su acción social frente a personas con problemas propios del mundo contemporáneo (que requieren respuestas acordes a las exigencias cotidianas, de corridas y elecciones contrarreloj, que llevan a frustraciones y a la culpa) enfrentándolos con un despliegue discursivo más cercano al nivel de comprensión del campesinado analfabeto del siglo XVI.

Dicho esto, dejo aquí la crítica social (que cuanto más escribo, más tiende a hundirme en ramificaciones interminables) para volver, ahora sí, al tema principal de la entrada.

Permanente y Efímero


Si usted baja su mirada, verá sus manos y el resto de su cuerpo, que controla a voluntad. Esa estructura de carne, sangre, nervios y hueso, es lo que le permite estar pensando lo que está pensando. Sus neuronas morirían en pocos minutos si cesase el continuo bombeo de sangre oxigenada repleta de nutrientes y el retiro de desechos a expulsar por ventilación (sus pulmones) y por hemodiálisis (sus riñones). Sabemos bastante bien como funciona la máquina biológica que constituye el ser humano; sabemos que para mantener su integridad debe consumir recursos indispensables -aire, agua y nutrientes- y desechar residuos -aire empobrecido en oxígeno, soluciones ureicas y fibras no absorbidas- ya que, de no hacerlo, sobrevendría la muerte. En este sentido, la máquina biológica no es distinta a un muñeco publicitario que se mantiene inflado mientras lo atraviesa una corriente de aire a alta presión y lo abandonan otras a baja presión; cada individuo es simplemente un cascarón, un circuito con fronteras identificables, a través del cual se canalizan flujos externos de materia y energía.



Como un globo que se desinfla, una taza de café que se enfría o el azúcar que se disuelve en un vaso de agua, la termodinámica predice que una estructura ordenada como el cuerpo humano, que no se encuentra en equilibrio con su ambiente, debería tender espontáneamente a su destrucción -a la muerte- en ausencia de tal intercambio continuo de nutrientes y desechos con el exterior.

¿Qué quiere decir que el cuerpo humano no está en equilibrio con el ambiente?

Sencillamente que sus propiedades intensivas (temperatura, presión, concentración de cada sustancia presente, etcétera) son distintas a las del medio en el que se encuentra inmerso y lo envuelve. El estudio de los fenómenos de transporte complementa a la termodinámica al describir lo que sabemos por nuestra experiencia práctica: siempre que existen diferencias en alguna propiedad intensiva entre un punto del espacio y otro, como es el caso de un ser vivo respecto de su ambiente, se producen instantáneamente corrientes (de energía, de materia, de entropía, etc) que tienden a igualarlas, y así amortiguar la perturbación hasta eliminarla.

Esto es tan natural como el hecho que su mano absorbe calor (una corriente de energía) cuando se pone en contacto con un objeto a mayor temperatura, tendiendo a reducir la temperatura del segundo hasta que la diferencia se hace mínima y el flujo de calor tiende a cero. Del mismo modo, la temperatura constante de 36 ºC bajo su piel produce una pérdida continua de calor hacia el ambiente a 22 ºC, un corte en una arteria produce un chorro de sangre a presión superior a la atmosférica, debida al bombeo del corazón; o si mantiene su boca abierta, empezará a secarse por evaporación en un aire que no se encuentre saturado de humedad.

En todos los casos, un sistema como el cuerpo humano demuestra condiciones muy distintas a las del medio ambiente en el cual está situado, lo cual implica que existirán corrientes espontáneas e irreversibles en todo momento que tenderán a provocar su desorganización (y muerte) al llegar a un equilibrio con el segundo. El equilibrio, termodinámicamente hablando, es sinónimo de muerte; la vida es un estado de desequilibrio estacionario.



Mantener el estado de desequilibrio, en presencia de tales corrientes espontáneas hacia y desde el ambiente, requiere de corrientes forzadas en sentido inverso a las espontáneas, de manera continua. Esto es, justamente, lo que hacemos al respirar, al procesar los alimentos que ingerimos y al renovar nuestros stocks de humedad al beber. Es una batalla constante contra el ambiente que redunda en empate durante unos 80 años (un período extendido en gran medida por la medicina moderna) pero que eventualmente perdemos, dado que nuestra biología se da por vencida llegado ese punto. La vida es una guerra contra la muerte.

Todo lo dicho explica simplemente por qué puede existir el cuerpo humano, su biología, de manera que no se violen las leyes elementales de la física. Es una explicación de plausibilidad: el universo presenta reglas que rigen su comportamiento y que permiten sostener la vida, más no sea durante el breve interludio que es capaz de sostenerse un estado de desequilibrio localizado, puntual, frente a un ambiente envolvente e implacable que acaba por destruirla. Pero evidentemente no explica qué es usted.

Usted requiere de su cuerpo para existir, pero usted no es equivalente a su cuerpo, ese conglomerado de tejidos funcionando armónicamente bajo su piel. Usted es lo que usted piensa, su personalidad, y su relación con su cuerpo es solamente la necesidad de un substrato material que lo aisle del silencio de lo inanimado.

La diferenciación entre substrato y subjetividad, entre cuerpo y mente, es un problema filosófico tan antiguo como el mundo, y se remonta hasta la distinción de Platón entre el mundo material (contingente) e ideal (inmutable), identificando al segundo como el origen del alma, del cual esta proviene y al cual regresa después de la muerte. El mundo de ultratumba platónico es también el hogar de los objetos matemáticos ideales, y al compartir su esencia con la consciencia humana, explicaba así por qué la mente era capaz de evocar un círculo perfecto a pesar de que en la naturaleza semejante figura geométrica es imposible de observar.

La esencia del pensamiento platónico, a pesar de ser tan antigua como la misma filosofía occidental, sobrevive hasta nuestros días en el quehacer de los matemáticos. A pesar de la irrupción exitosa del formalismo a principios del siglo XX (de la mano de gigantes como David Hilbert), filosofía que asume las matemáticas como una mera manipulación ordenada de símbolos en lugar de ser una descripción de un mundo de objetos ideales, la postura platonista ha sobrevivido como un vestigio necesario de la manera en que se lleva a cabo, en la práctica, la actividad intelectual abstracta.

Si el formalismo propone con todo derecho suponer a las matemáticas como un sistema sintáctico carente de semántica, el platonismo es un refugio semántico para los matemáticos. No obstante, es claro que demasiado tiempo en el limbo platónico puede acabar en una espiral de misticismo y oscurantismo respecto de la esencia del mundo. Como lo expuso originalmente Reuben Hersh en 1979 en un artículo en el Advances in Mathematics Journal, la mayoría de los matemáticos practicantes son platonistas durante la semana, cuando trabajan en sus áreas de estudio, y únicamente son formalistas el domingo (cuestionando si realmente existen los objetos ideales que pretendieron describir, afirmando generalmente lo opuesto).

Kurt Gödel. Uno de los últimos platonistas declarados.

Volviendo al hilo original de la discusión, es un hecho que la diferencia entre la plausibilidad de la existencia consciente, y la existencia misma de una consciencia, de su identidad, no es un planteo original sino una analogía de la dicotomía entre mente y cuerpo. Un eco general de la diferencia entre la neurobiología y la psicología modernas.

Se lo hago simple. Usted es información.

Subiendo al Tobogán


La información es un concepto difícil de definir. No me propongo dar una definición rigurosa aquí. No obstante, una visión más o menos informal puede ayudar a clarificar el término.

Siendo sincero, es aquí donde comienza el descalabro, porque se empieza a tratar con fragmentos elementales del lenguaje, en el sentido que es difícil -sino imposible- definirlos en base a términos más sencillos. El peligro de la regresión circular está a la vuelta de la esquina a cada momento, así que hay que estar dispuesto a frenar y asumir un punto de partida, so pena de no llegar a ninguna parte.

La información es aquello que permite especificar un sistema. Por "aquello" entiéndase una referencia a una propiedad general, abstraída de cualquier particular manifestación que un sistema físico puede presentar; y por "sistema", entiéndase cualquier evento finito y posible. Toda entidad que permita especificar un sistema, constituye así una pieza de información. En este sentido, distintos objetos pueden contener la misma información, en tanto distintos substratos pueden naturalmente especificar al mismo sistema. Dicha información es una propiedad accesoria e independiente del resto de las propiedades contingentes de cada objeto en cuestión. Y, por caso, un libro y un CD pueden almacenar sendas copias de El Mercader de Venecia al modificar parte de su estructura (la impresión con tinta y el grabado láser, respectivamente) sin que ello implique la perturbación de las propiedades que los hacen un libro y un disco compacto, por cierto, muy diferentes entre sí. Las hojas siguen siendo rectangulares y de celulosa blanqueada, mientras que el CD sigue siendo circular y compuesto de policarbonato polimerizado a partir de BPA. Asimismo, tanto el libro como el disco siguen siendo libro y disco después de la impresión y la grabación; la información almacenada en ellos no cambia las propiedades tipificadoras que los identifican.

Dejé para el final la discusión de la palabra "especificar" que aparece en la definición tentativa, por ser la más jugosa y problemática. Por especificar debe entenderse no sólo la noción intuitiva de "escoger entre una colección de alternativas posibles", sino más aún, la esencia de la condición de existencia que va asociada a una definición exacta. Si un sistema no puede especificarse, en consecuencia no sólo no podrá reconocerse e identificarse en presencia de una colección, sino que en un sentido muy concreto, dicho objeto no existe. Si se postula la existencia del Rotamárcico, del cual nada se puede decir, entonces se puede concluir que el Rotamárcico no existe (más que como un nombre); dado que nada se puede decir de él, entonces podría ser cualquier cosa. Y si puede ser cualquier cosa, entonces no es nada en particular, o mejor dicho, nada a secas. La especificación es la génesis, la condición necesaria para la existencia de un objeto; todo sistema que existe se puede especificar (e.d. diferenciar de otros a través de su descripción) y por lo tanto es susceptible de ser capturado como información.

La capacidad de especificación es el punto central de cualquier definición de información, junto con la noción de su generalidad óntica y su vinculación omnímoda hacia todo evento u objeto posible. En conjunto, permiten entender el desarrollo de la teoría de la información moderna, que cuantifica la información empleando elementos ónticamente genéricos -los dígitos- que pueden tomar uno de varios valores o estados diferentes, los cuales capturan cualquier entidad concebible en términos de grupos de dígitos -a través de un código. La base mínima para la cuantificación digital de una pieza de información es la binaria; el bit se convierte, luego, en la unidad fundamental de información. Vale decir: un bit puede ser cualquier cosa, cualquier objeto físico que pueda presentar uno de dos estados diferenciables es un ejemplo de dígito binario. Cualquier diferencia entre múltiples estados de un sistema, puede representarse como un grupo de bits. El bit es tan general, que todo lo permea y nada escapa a su alcance.



Por otra parte, reconocer la información contenida en un soporte físico -efectivamente introducida en éste por un procedimiento como la grabación- como una propiedad independiente de las restantes que lo caracterizan, es el primer paso para entender cabalmente el proceso de abstracción.

Todo sistema contiene, al menos, la información necesaria para especificarse a sí mismo. Dicha información es pasible de ser obtenida por un observador que interactua con éste; la interacción se manifiesta siempre por el intercambio de una señal, que es un tercer sistema que transporta la información entre objeto y observador.

Si se considera que cada una de las señales obtenidas durante la interacción contienen información sobre el sistema, información que en principio resulta independiente de la identidad del mismo (tal como la impresión de un libro no modificaba su identidad de libro, o el hecho que un balde de agua siga siendo balde por más que la temperatura leída en un termómetro inmerso en la primera marque tal o cual valor), entonces se puede extrapolar tal situación a toda propiedad tipificadora del sistema y acabar "desbaratándolo" en un desarme completo hasta no dejar ningún remanente al culminar la exploración. En esto consiste la abstracción: se toma un sistema, se lo describe, y mediante la descripción se identifican y separan las propiedades que lo tipifican a la manera de un diagrama de explosión, hasta que nada queda del objeto original, sino los atributos individuales  especificados.

Diagrama en explosión de un carburador. El proceso de abstracción es análogo al despiece de una máquina

Si bien a cada paso del "desguace" se supuso que la identidad del objeto se mantenía intacta, el resultado de la abstracción es un conjunto de propiedades independientes que, agregadas, constituyen la descripción original del sistema. Se ha producido la reducción del objeto a sus atributos; se ha pasado de la contingente existencia de una identidad localizada, a una pieza de información que la captura, empleando para hacerlo un código compuesto por elementos de simpleza insuperable (bits). De lo particular a lo general, el proceso de abstracción rinde una reducción de cualquier sistema al contenido de información que lo especifica.

Al finalizar el apartado previo afirmé que usted y yo somos información. El primer paso para justificar esa proposición ya fue dado: al reconocer que una pieza de información resulta a priori independiente del substrato particular que la contiene, se puede concluir que la separación entre mente y cuerpo bien podría ser explicada entendiendo la personalidad como un patrón neuroquímico, que en la actualidad se comprende de forma aún muy incipiente. Pero este es sólo el primer paso.

En la próxima entrega, habrá que adentrarse de lleno en el terreno de la computación, que junto a la información, son los cristales gemelos con los cuales hoy día veo al mundo. También habrá que pulir esta discusión, dando una poca de rigor a lo que se discutió en términos informales para entrar en tema.
Stay tuned.